Soy el tren que no esperas en la estación, el perro que se moja en la calle y el maldito imbécil que abre la boca cuando nadie le pregunta.
El que quiere ser la sombra, de esas sombras que no se mojan, ni se queman, pero que están siempre al lado de la historia, siendo parte de ella, acosando la realidad, sin temor a los demonios que vomitan seres deformes en la oscuridad de la noche.
¿A quien engaño? Me siento como un vago, sentado al lado de la carretera con la mirada puesta en el vació. De mi mismo, de los demás y del terror que me causa moverme de mi charco de mugre. De todas formas los lobos vagabundos no son dados a querer estar amarrados a una cosa.
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