23 diciembre 2010

Desde el ojo del vagabundo andante

    El harapiento hombre mangoneo su cuerpo por las amenazantes olas paralalelas del océano de concreto urbano, con cuidado de no levantar mucho espíritu ruidoso en medio de la ya avanzada noche. El viento frió del invierno calaba en las mejillas, una nube borrosa a nivel del suelo impedía enfocar adecuadamente los objetos. Algo tétrico estaba flotando en el aire a pesar de la aparente soledad de las calles. Un andar apresurado se escuchaba mezclado malsanamente con sirenas y ruidos que venían de sonidos desconocidos. Y aunque el sabia que estaba relativamente seguro, no debía confiarse. Apresuro el paso.  A pesar de todo lo antígeno que se veía el panorama, Sintió dentro suyo algo que lo incito a hacer otra cosa que vagabundear. De su interior nació la curiosidad. y cada ventana que veía era un mundo que se perdía, con la razón de la propiedad privada.
    Sin embargo cada vez mas intensa era la necesidad de husmeo, y en una sola ocasion se atrevió, mientras sus pies le llevaban, a cometer la obscenidad de asomarse por una ventana al interior de la vida de otras personas.
Una luz ámbar le dio en el rostro, mientras alcanzaba a distinguir a una niña, alegremente saltando en la alfombra, por el tibio aire hogareño del interior de los corazones de una madre que la veía con agrado desde su sillón, abrazada de un padre que intentaba poner orden al atentado contra su posición familiar. 
    Sus pies lo regresaron al suelo fuera de la escena. Ellos 3 estaban completamente abstraídos de la escena a unos metros de ellos: una masa de harapos y carne temblorosa que apresuradamente intentaba llegar a su refugio. Pero... algo había de alegre en esa escena. Como buen vagabundo, no se detuvo. Mas bien, guardo el momento dentro de si, para recordarse que aun hay gente que no solo sobrevive, gente que vive. Y si bien no están completamente ajenos al profundo agujero de irrealidad que parece nuestra realidad, si se dan un tiempo para que no les importe mucho...

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