Aquel joven miro a la anciana, quien se había quedado callada después de aquel monologo tan desahogador que soltó apenas hacia unos segundos. Sus manos hilaban tranquilamente el poncho y sus dedos movían con magistralidad mecánica el movimiento que le daba vida al atuendo. Finalmente su boca se movió:
Se detuvo. Sus ojos profundos y sabios miraron a través del alma del chavo, que se estremeció, y una idea le dijo que aquella abuela era mucho mas de lo que aparecía en sus ropas.
─Y que nunca se te olvide, mocoso, que los grandes y buenos amores se olvidan solamente cuando el corazón se destila completamente de amor. Ese día deberás cuidarte del duende de la razón, por que se dará rienda suelta en el enmarañado y desconocido bosque de la mente.
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